Y entonces los dioses que nacieron el mundo se dieron cuenta de que
no les habían dejado claro para qué servían los ojos, o sea cuál era su
razón de ser, su por qué y su para qué de los ojos. Y ya les explicaron
los dioses más grandes a los hombres y mujeres primeros qué cosa era
mirar, y los enseñaron a mirar.
Así aprendieron estos hombres y mujeres que se puede mirar al otro,
saber que es y que está y que es otro y así no chocar con él, ni
pegarlo, ni pasarle encima, ni tropezarlo.
Supieron también que se puede mirar adentro del otro y ver lo que
siente su corazón. Porque no siempre el corazón se habla con las
palabras que nacen los labios. Muchas veces habla el corazón con la
piel, con la mirada o con pasos se habla.
También aprendieron a mirar a quien mira mirándose, que son aquellos que se buscan a sí mismos en las miradas de otros.
Y supieron mirar a los otros que los miran mirar.
Y todas las miradas aprendieron los primeros hombres y mujeres. Y la
más importante que aprendieron es la mirada que se mira a sí misma y se
sabe y se conoce, la mirada que se mira a sí misma mirando y mirándose,
que mira caminos y mira mañanas que no se han nacido todavía, caminos
aún por andarse y madrugadas por parirse.
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